Hijos de puta, hijos de nadie

Jesús Abrahán Ruiz Rosas

De la maldad humana, de la sanción del placer, del trabajo sexual, de los hijos de puta y su visibilidad social, de lo que hacemos y no hacemos con y por ellos.

De entre los insultos más neurálgicos y denigrantes que existen, se encuentra la expresión “hijo de puta”. Ya desde 1734, en el Diccionario de la Lengua Castellana se destacaba el sentido peyorativo del término, definido como: “El que no es procreado de legítimo matrimonio”. Actualmente, según el Diccionario de la lengua española, de la Real Academia Española, es una forma vulgar de denominar a alguien “mala persona”. El carácter ofensivo del término procede de la utilización de la palabra “puta”1, un sinónimo peyorativo de prostituta. En los últimos tiempos, se han producido algunas variaciones de la expresión, como el vulgarismo “hijo puta” y sus contracciones apocopadas “hijoputa” y “joputa”, utilizadas con cierta asiduidad incluso en prensa escrita. En Hispanoamérica, ha proliferado el uso de “hijueputa” y “jue’puta”, como consecuencia también de una vulgarización de la original; el término no es exclusivo del español o el castellano, pues otras lenguas tiene sinónimos que son igualmente empleados para referirse a alguien en un tono altamente despectivo.

Según el diccionario, “las malas personas” a las que se hace referencia con el vocablo, son aquellos sujetos que podrían ser descritos por cualquier manual de clasificación de trastornos mentales como quienes desprecian y violan los derechos de los demás, irrespetuosos de las normas sociales, deshonestos, mentirosos, estafadores, irresponsables persistentes y faltos de remordimientos ante sus actos y potencial daño infringido a otros. Grandes recursos se han destinado ya para la investigación de lo relacionado con estas personas, a quienes llamamos “antisociales” o “psicópatas”, dependiendo principalmente de la severidad en la transgresión de sus conductas a las normas sociales.

Entonces, cuando nos referimos a los “hijos de puta”, ¿se hace referencia a los legítimos hijos de las trabajadoras sexuales con la verbalización de tan disonante término? La realidad es que no. Es cierto, la maldad humana existe, pero nada tiene que ver con el peso que se carga por ser hijo de una prostituta. Y es que en el tema de las putas todos quieren opinar y meter mano, pero pocos piensan en sus hijos y son menos aún los que hablan de ellos. Ya, Marcelino Cereijido en su libro “Hacia una teoría general sobre los hijos de puta, un acercamiento científico a los orígenes de la maldad”, se pregunta: ¿Por qué se da por hecho que los hijos de las prostitutas deben ser necesariamente malas personas, o que ello implica un inevitable bochorno para quien es tildado de ese modo?

Todo parte del estigma y discriminación hacia las también llamadas trabajadoras del sexo comercial. En su ensayo, “Una mirada feminista a la prostitución”, Cristina Garaizábal, explica que en el modelo sexual que se nos propone socialmente, las prostitutas aparecen y representan a las “otras”, las que no son buenas, las que condensan en sí todo lo prohibido, lo que no pueden hacer las mujeres “buenas”. Pero, ¿por qué se considera “malas mujeres” a las prostitutas? Porque son “sexuales”, manifiestan la sexualidad abiertamente e incitan a los hombres, son independientes económicamente, cobran por lo que hacen y son ellas las que ponen el precio, pueden tener capacidad de negociar tanto el tipo de servicio como el precio, son transgresoras y rechazan las normas.

Desde el feminismo, la estigmatización de las putas ha sido descrita como un elemento fundamental de la ideología patriarcal, un instrumento de control para que las mujeres se atengan a los estrechos límites que aún hoy, encorsetan a la sexualidad femenina. Las putas representan todo aquello que una mujer “decente” no debe hacer. Su criminalización sirve para escarmentar en cabeza ajena. Solo bajo dichos preceptos se podría entender que las malas personas, los “hijos de puta”, tuvieran una madre, una madre puta, y quienes, dicho sea de paso, carecen de un padre. Si la perversidad del “hijo de puta” derivara realmente del haber sido procreado por una prostituta, tendríamos que admitir que éstas son, finalmente, la fuente del mal. El subconsciente colectivo, pareciera equiparar así, la maldad de las putas con la maldad e los “hijos de puta”, en una relación doblemente perversa y doblemente irreal que sanciona las libertades y derechos de estas mujeres y de sus legítimos hijos, y que nos debería llevar a cuestionarnos que si las putas son “las mujeres de todos”, ¿de quién son entonces los hijos de puta?

Hoy día, hablar de los legítimos hijos de las trabajadoras sexuales, poco o nada tiene que ver con los mal llamados “hijos de puta”, pues además de todo, han sido y siguen siendo un grupo con una sumativa de vulnerabilidades que los ha relegado en el olvido. Elvira Reyes, en su libro “Gritos en el silencio”, nos ofrece un relato de su experiencia durante la investigación de las condiciones de mujeres mexicanas prostitutas, y nos habla de los legítimos hijos de estas y de sus realidades, subjetivas, sí, dependientes del contexto, también, pero reales de principio a fin, en un México de disparidades sociales, de grupos vulnerados, de poblaciones invisibles.

La realidad para algunas mujeres, es que tienen que prostituirse como única alternativa económica para sobrevivir. Muchas veces, sus historias son el relato de abusos y violaciones sexuales, de orfandad, de violencia, soledad, pobreza extrema y de consumo de drogas, de desventajas sociales y de riesgos vitales personales y familiares.

Mujeres con hijos e hijas en riesgo de prostitución, también abusados o violados sexualmente; soledad, abandono familiar, violencia, pobreza e ignorancia, consumo de drogas: se repite la historia. Niñas, niños y adolescentes olvidados, hambrientos de afecto y protección que son prostituidos o tienen que prostituirse con tal de conseguir la “mona”2 para olvidar la miseria del mundo que les rodea, de su realidad y su contexto.

Para los legítimos hijos de las trabajadoras sexuales, la calle resulta buena salida. A veces la única. Las niñas en y de la calle, embarazadas, con hijos o no, cargan cicatrices físicas y emocionales que les dificultan dejar de repetir el mismo esquema de violencia que vivieron allá, en su infancia, con una madre puta. Para otros, principalmente varones, delinquir también es salida, violentar resulta defensivo en principio, y “padrotear”3 después una forma incluso de reivindicación social, convertirse en un verdadero “hijo de puta”, podría llegar a ser entonces la forma mediante la cual convertirse en “alguien” y adquirir congruencia. En la calle, las heridas no sanan, más por la permanente zozobra de no saber si se contará con un lugar confiable que dé alimentos a cambio de nada y/o un lugar donde pasar la noche, sin que sea menester dejarse tocar el cuerpo y se vomite al día siguiente porque alguien se atrevió a hacerlo. Anhelos y deseos que no han existido o que fueron arrebatados no hacen fácil el sueño, en cambio, los recuerdos temibles convertidos en pesadilla, suelen volverse realidad cada día y cada noche.

Cuando la sociedad permite que niñas y niños vivan en la calle, padezcan hambre, sufran de infecciones de transmisión sexual, sean vendidos sexualmente o se estén drogando a toda hora, e impávida y desdeñosa los deja pasar como si fueran seres fantasmales, pues incorpóreos no le despiertan nada, estamos frente a una sociedad “moneada” que perdió la sensibilidad y la vergüenza hace mucho, sólo así, adormilada, puede tener como respuesta pasar de largo haciendo como si no existieran o como si no fuera asunto de todos y de cada uno.

Prevenir el abuso, la violación y la prostitución infantil es una tarea que requiere de la colaboración conjunta de instituciones gubernamentales y civiles y de un equipo interdisciplinario sensible, honesto y comprometido con las problemáticas de una infancia que crece en el abandono social. Ante una realidad tan cruda como visible, donde todos somos juez y parte, ¿quiénes son o quiénes somos los verdaderos “hijos de puta”?

1 Se emplean en el texto los términos “puta”, “prostituta” y “trabajadora sexual” de modo indistinto, a modo de sensibilización y empoderamiento de las palabras.

2 Término empleado coloquialmente para referirse al dispositivo con que se administran sustancias psicoactivas de condición física volátil, de bajo costo y fácil acceso, con importante impacto sobre el Sistema Nervioso Central y alto riesgo de dependencia.
3 Término empleado coloquialmente para quienes ejercen la actividad de proxeneta, aquellos que hacen uso de estrategias para empoderarse del cuerpo de otros(as) y obligarles a ejercer la prostitución.